Vestidos de carne

El canibalismo no empezó en los Andes. La abuela Lucy hizo unas brochetas con su nieto y en la Torre della fame, antes Torre de Muda de Pisa, el conde Ugolino se comió a sus hijos y nietos, según aventura Dante en el Infierno: «De carne nos vestiste / y puedes desnudar lo que has vestido». Hay división de opiniones respecto a si Dante inventó el canibalismo del conde o fue una licencia poética; lo cierto es que el hambre está de actualidad. Si a su puerta llama alguien, puede que no sea el lechero ni la madera ni el cobrador del frac ni el conde Ugolino, puede ser el sonido del cuerno de África.

En España la puerca vuelve a parir perros; los lagartos, que ya se habían sosegado, se esconden otra vez, y quizá, cuando sepan lo de la ONU, también se esconderán los saltamontes, las luciérnagas y los ratones. Ha llegado el momento que Ramón tanto temía: los hambrientos se comen las haches. Comprenderán la tragedia que se avecina los que hayan pasado alguna vez hambre de días y semanas, esa desesperación que tan bien describió, aunque fuera nazi, Knut Hamsun, premio Nobel noruego, ese hambre de los desterrados, los apátridas, los vagabundos, con el estómago vacío, sonámbulos, imaginando un delicioso panecillo de centeno.

El hambre de hoy aún no es el atroz, canino, del que traga saliva o bebe agua en la fuente o fuma un cigarro para engañarse, sino del que escarba en los cubos de la basura, pero si Europa sigue sin encontrar una alternativa de crecimiento, los desesperados asaltarán los comercios sin que se lo propongan los rojos de diseño. Contra el hambre vuelve otra vez la caridad, excelsa como cuando se hacían los hospitales antes que los enfermos, estéril como nunca; la compasión y la piedad, tan imprescindibles en este instante, traerán la peste como siempre.

También vuelve la estupidez de la ONU, que ordena comer insectos logrando que bailen las piedras. Propone una carnicería de insectos y olvida que un escarabajo puede ser, con poca evolución, diplomático, y que Hesiodo descubrió que las hormigas se metamorfosearon en hombres. Hasta Dios dijo a los creyentes que dejaran de adularle con sebo de carneros y le ofrecieran miel silvestre e higos. Que coman ellos los bichos que reptan, ellos que son más pequeños que los insectos.

Para no llegar a esa inmolación de nuestras hermanas las hormigas y las abejas, que proponen los de la ONU, siempre quedará la opción de comernos unos a otros, como hicieron los chilenos y hacían sus antepasados precolombinos. Contaban los españoles cómo los indios se quedaban muy sorprendidos cuan do les decían que los europeos ya no se comían a sus enemigos.